sábado, 21 de agosto de 2010

Se sentarán a la mesa en el Reino de Dios

Domingo XXI T. Ordinario. Ciclo C
Is 66, 18-21; Sal 116, 1-2; Hb 12, 5-7.11-13; Lc 13, 22-30

El tema del Reino es el tema primordial de la predicación de Jesús. Y en toda la Biblia ocupa un lugar de privilegio. ¿Cuál es la verdadera naturaleza de ese Reino de Dios?

No es un reino temporal. Los judíos interpretaban la predicación profética sobre el Reino de Dios de una manera casi exclusivamente terrena y temporal. Por eso se escandalizan y desconciertan completamente cuando viene Jesús anunciando “un reino que no es de este mundo”. No es un reino exterior y visible. Las palabras de Jesús son terminantes en este punto: “El Reino de Dios está dentro de vosotros” (Lc 17,21). No es reino de privilegiados, sino de servidores. No es un reino impuesto por las armas, sino un reino pacífico, humano, libre: un reino de hijos. Por oposición a aquel reino temporal exterior, fulgurante y espectacular, que esperaban los judíos, el verdadero Reino de Dios es, ante todo: Espiritual, interior, hasta el punto de hacer innecesaria la restauración del reino de David.

Gratuito, puro y simple “don de Dios”. Nadie puede merecerlo ni alegar títulos. Libremente contrata Dios a los obreros de su viña, y les da a todos el mismo sueldo (Mt 20, 1-16). Reino no terminado, sino siempre haciéndose. Por eso Jesús no cesa de compararlo a la semilla, al grano de mostaza, a la levadura. Si es cierto que con la venida de Cristo, el Reino de Dios ha llegado, está ya en la tierra, también lo es que cada uno de los hombres ha de ir realizándolo poco a poco, en sí mismo, para extenderlo después a los demás hombres, en fases sucesivas y sin atropellar los planes de Dios. Reino con implicaciones temporales.

Aunque el Reino predicado por Jesús es ante todo espiritual, atemporal y de arriba (Jn 18,36), esto no quiere decir que no tenga derivaciones hacia lo temporal, humano y de acá abajo. Jesús viene a salvar al “hombre entero”. Reino peregrino, en marcha difícil hasta su plenitud. Sólo al final de los tiempos ese Reino de Cristo se manifestará en todo su esplendor. Entonces se consumará la Pascua.

Todos los hombres del mundo son llamados por Dios a entrar en su Reino, y a todos se les concede de hecho la posibilidad de entrar en él. La condición para entrar: Cumplir la voluntad del Padre, especialmente el gran mandamiento del amor (Mt 25,34). La vigilancia, perseverancia y esfuerzo. (Mt 6,21)

Este Reino de Dios está ya presente en medio de nosotros desde la venida de Cristo; pero mientras llega en plenitud hay que ir construyéndolo día a día en nosotros y en los demás. Nada será tan eficaz para ello como celebrar la Eucaristía, donde comemos y bebemos “el Pan y el Vino del Reino”, que nos da energía para cumplir sus exigencias. La Eucaristía es la garantía, “las arras” dadas por Cristo de que un día nos sentaremos con Él en su Reino.

José A. Sánchez Herrera, sacerdote

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