sábado, 20 de noviembre de 2010

Un rey y un reino diferentes

Título de la foto (Fano): "Cristo, Rey del Universo, se enamora de la Tierra"
Domingo XXXIV T. Ordinario. Ciclo C - Jesucristo Rey del Universo
2Sm 5,1-3; Sal 121,1-2.4-5; Col 1,12-20; Lc 23,35-43

Este no es un reino como los demás ni nuestro rey se parece a ninguno de los que ha habido o habrá en la historia de la humanidad. Ya decía Jesús que estamos acostumbrados a que los poderosos nos exploten u opriman pero que entre nosotros no debía ser así. Lo malo es que las personas tendemos a imaginar lo desconocido a partir de su semejanza mayor o menor con las cosas que conocemos. Por eso, el mismo Jesús habló de reino y nosotros hemos terminado haciéndole a él rey. Y de tanto usar las palabras se nos ha colado de rondón la idea de que su reino es eso: un reino, y de que él es rey como lo son los reyes de este mundo.

¿Cómo son los reyes de este mundo? De muchas maneras. Pero me gusta recordar la introducción de un libro de un sociólogo que leí hace muchos años sobre la política. Comenzaba el libro diciendo que en las sociedades animales de todo tipo siempre había un líder. Decía también que ese líder tenía muchas veces funciones de servicio a la comunidad: proteger a los más débiles, buscar alimento, etc. Pero lo que se daba siempre en esas sociedades animales es que el líder se aprovechaba del grupo. Es decir, tenía a su disposición las mejores hembras, era el primero en comer y tenía derecho, pues, a los mejores bocados, etc. Luego comenzaba el libro propiamente dicho a explicar los mecanismos de organización social que hemos dado en llamar “política”. No hacía falta decir nada más para entender que también en la sociedad humana los políticos muchas veces realizan un servicio a la sociedad pero que son más veces las que se aprovechan de ella, de nosotros, para su propio beneficio.

El pacto de Hebrón

Jesús no quería ser un rey de esa manera. Basta con leer el Evangelio detenidamente para entenderlo. Lo suyo es otra forma de comenzar. Posiblemente sea utópica en el sentido de imposible –por eso le costó la vida cuando lo intentó– pero es ciertamente otra forma de organizar la sociedad. Quizá la clave para comprender a Jesús y su idea de lo que era el reino nos la puede dar la primera lectura de este domingo. El segundo libro de Samuel nos cuenta que todas las tribus de Israel fueron a Hebrón y allí el rey David hizo con ellos un “pacto”. Es muy importante subrayar el “pacto”. Un pacto se hace entre iguales. A un pacto no se llega como resultado del poder de uno sobre los demás sino a través del diálogo, del acuerdo, del buen entendimiento. Y todos son responsables de guardar y llevar a la práctica el pacto.

Lo que Jesús nos ofreció de parte de su Padre fue la firma de un nuevo pacto con la humanidad. Para poder llegar a ese acuerdo, Dios tomó la iniciativa: se abajó, no hizo alarde de su categoría de Dios, se puso a nuestro nivel. En definitiva, se encarnó.

Pero no le entendieron. Porque no es fácil. Los judíos tenían, como tantos hoy en día, la idea de un líder, un Mesías, que fuese todopoderoso y les solucionase de un golpe todos los problemas. Los judíos, como nosotros tantas veces, no querían sino volver a ser niños y que papá o mamá les hiciese la vida fácil.

Ciudadanos libres del Reino de Dios

Los judíos eliminaron a Jesús porque en lugar de llevarles a la victoria, a la independencia, a un nuevo reino de esplendor, les invitaba a hacer otro camino diferente: el de su reino, el de la fraternidad, el de la acogida a los marginados, a los pobres, a los indefensos, a los enfermos. Porque el reino del que hablaba Jesús era otra cosa. Jesús era peligroso porque invitaba a la gente a pensar, a ser libre y responsable, a madurar como personas, a no dar por supuesto que lo que hacían los poderosos estaba bien sino a ponerse al nivel y discutir y dialogar y sentirse responsable de buscar el bien común. Lo de Jesús era otra cosa.

Así que Jesús es nuestro rey pero no al estilo al que estamos habituados. Es un rey que no se siente superior a nosotros, que se abaja. Es un rey que termina muriendo en la cruz. Es un rey que no cree en el poder de las armas sino en la fuerza de la reconciliación, del amor gratuito, de la misericordia. Es un rey que mantiene la esperanza y que, en medio de las dificultades, es capaz de crear esperanza en el corazón de los que están cerca de él, como vemos en el evangelio de hoy.

Hoy tenemos la oportunidad de volver a sellar el pacto con nuestro rey. De igual a igual, nos comprometemos a trabajar por el reino. Mejor, por “su” reino. Creemos que vale la pena y que podemos intentar vivir y relacionarnos de otra manera, no basadas en la ley del más fuerte sino en el amor. La jugada es arriesgada. A Jesús le costó la vida. Pero nosotros estamos llenos de esperanza porque sabemos que el Dios de la Vida está de nuestro lado.

Fernando Torres Pérez cmf

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