domingo, 2 de febrero de 2014

Día de la Vida Consagrada

Hoy es el día de la vida consagrada y, en la parroquia a la que suelo ir a misa los Domingos, me pidieron que diera mi testimonio. Lo escribí antes para tener una idea, teniendo en cuenta que me dirigiría sobre todo a familias (abuelos, padres e hijos), aunque luego haya improvisado bastante. Aún así me gustaría compartir con vosotros el borrador.



Hola, buenos días, mi nombre es Israel Jesús y soy misionero paúl. Tengo 30 años, soy de Cádiz y soy el 5º de seis hermanos.

Como nos dice el evangelio: para que la semilla dé fruto, tiene que caer en tierra buena, así que mis padres no me llevaron a la parroquia sólo para tomar la primera comunión, ni se conformaron con que fuera a misa con ellos los domingos. Ellos me enseñaron, sobre todo con su ejemplo, lo importante que es la Eucaristía, y que cuando sales por esa puerta hay que seguir siendo cristiano.

Desde que tengo uso de razón están implicados en la acción social de la parroquia, mi madre con la ayuda a los necesitados del barrio y mi padre en la pastoral de enfermos; y siguen haciéndolo hoy y eso que ya rondan los 70 años.

Toda mi vida estuvo siempre en torno a mi parroquia, desde muy joven me sentía a gusto allí, pero entonces no estaba preparado para escuchar la llamada. No me fue bien en los estudios, y ninguna carrera universitaria me motivaba, por eso, los dejé y me puse a trabajar.

Nunca me avergoncé de reconocer en mi colegio, entre mis amigos y luego entre los compañeros de trabajo, que era cristiano y que iba a la parroquia con frecuencia. Siempre noté algo por dentro cuando escuchaba hablar de la misión, y cuando la parroquia se me quedó pequeña, participaba en un par de ONGs y acompañaba a mi grupo de catequesis al comedor social que tienen las Hijas de la Caridad.

Sentía que Dios quería que fuera instrumento suyo, pero lo que la sociedad me mostraba en aquel momento era que lo normal era casarse y formar una familia, como mis padres eran muy felices, pensé que podría tener una familia misionera, años más tarde, Dios me pidió que me decidiera, no podía seguir con un pie en cada lado.

La tierra estaba preparada, en una Pascua juvenil, Dios me pidió que lo dejara todo y le siguiera, y así lo hice, se lo dije a mis padres, que se alegraron mucho y a mi pareja, que en ese momento no se alegró tanto, y dejé mi trabajo.

Comencé una experiencia en una comunidad de paúles en Sevilla, donde acabé el bachillerato e hice la selectividad, para luego comenzar mis estudios de teología en Madrid y ahora aquí en Salamanca.

Y ahora soy feliz, porque he encontrado mi camino, el que Dios preparó especialmente para mí, lo acepté y cada vez que puedo agradezco a mis padres que no me dejaran a mi suerte, que me prepararan para esta misión, para revestirme, como dicen nuestras constituciones de Jesucristo Evangelizador de los pobres.

Y a modo de conclusión-reflexión:
Cuando somos pequeños nuestros padres nos llevan al colegio, no porque les obligue nadie, sino porque saben que es lo mejor para nosotros. Si nos dejaran elegir, preferiríamos quedarnos jugando en casa o en la calle, pero nos hacen entender lo importante que es la formación para la vida, y cuando ya somos adultos elegimos si queremos seguir estudiando o no. Pues en la formación cristiana es lo mismo, nuestros padres tienen que tomar la decisión por nosotros, enseñarnos lo importante que es para nuestra vida, y cuando somos adultos es cuando podemos decidir qué hacer con nuestra vida.

Mis padres así lo hicieron, cuando llegó el momento yo fui el que decidí que quería dejar los estudios y trabajar, yo decidí que quería implicarme en la parroquia, confirmarme para recibir la gracia del Espíritu Santo, yo decidí que quería dejarlo todo y consagrar mi vida a Dios en la Evangelización de los pobres.