sábado, 13 de marzo de 2010

Dios Padre espera ansioso el regreso de sus hijos

Domingo IV Cuaresma. Ciclo C
Jos 5, 9a.10-12; Sal 33, 2-7; 2Co 5, 17-21; Lc 15, 1-3.11-32

No podemos olvidar que estamos en un camino como peregrinos hasta la Pascua y que tenemos que ir dando fruto y respondiendo a toda la confianza y amor que Dios deposita en nosotros. Los hebreos entran en la tierra prometida como un símbolo de la promesa de salvación y felicidad hecha por Dios a su pueblo.

El hombre desea esa felicidad, y siempre buscamos cómo poder ser más felices. Hoy podemos tener una de las claves: busquemos y dejemos que Dios nos guíe. Pero corremos el peligro de la autosuficiencia, del creer que ya todo está conseguido y ahí puede surgir la desilusión o frustración. Pero, no perdamos la esperanza y confianza de que Dios mantiene su promesa y Él es fiel. En la segunda lectura, san Pablo nos ayuda a comprender el valor de la reconciliación y nos pide que nos dejemos reconciliar con Dios por medio de Jesucristo. Él nos reconcilia con el Padre, sin pedirnos cuentas de nuestros pecados. Si somos capaces de redescubrir cada día el amor misericordioso de Dios, entonces seremos capaces de vencer nuestra inclinación al pecado y a la ruptura con Dios y con los hermanos.

En el evangelio según san Lucas se nos presenta a ese Dios Padre lleno de misericordia en el contexto de la parábola del hijo pródigo. Aquí vemos todas las actitudes de Dios para con el hombre pecador, para con nosotros. Siempre se ha reprochado a Jesús su actitud receptiva para con los pecadores y lo que eso nos puede enseñar a nosotros es que, por encima de ser o no pecadores, tenemos un Dios con un corazón infinito y lleno de amor para todos.

Él nos sigue tratando con compasión y misericordia, siempre que nos mostremos arrepentidos. Muchas veces caemos en la actitud del hermano mayor, y nos dedicamos a ver el pecado del pequeño, y hasta nos duele que el padre sea bueno con todos y, en especial, con los que creemos que son peores que nosotros. Hagamos examen de conciencia y preguntémosnos de quién tengo yo más actitudes, ¿del hijo mayor, con derecho a todo; o del menor, que reconoce su culpa? ¿Alguna vez nos hemos parado a pensar si tenemos la actitud de ese Padre Bueno?

Hoy nos toca suplicar el amor y la misericordia de Dios, y experimentar el gozo y la alegría de saber que Dios nos los quiere conceder para que actuemos con los demás desde la misma actitud del Padre. Que el Señor bendiga a la Iglesia con vocaciones sacerdotales, ahora que tenemos a la vista el día del Seminario, semillero de vocaciones. Hagamos una oración especial y concreta por nuestro seminario de Málaga, por el Menor y el Mayor, sus chicos y jóvenes, por sus formadores. Aprendamos de María la verdadera respuesta a un Dios que es amor, fidelidad, misericordia y entrega.

Gonzalo Martín Fernández, sacerdote

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