sábado, 10 de abril de 2010

Dichosos los que creen sin ver

Domingo Divina Misericordia T. Pascual. Ciclo C
Hch 5, 12-16; Sal 117, 2-4.22-27; Ap 1,9-11a.12-13.17-19; Jn 20, 19-31

Hoy se nos presenta la vida de la primitiva comunidad cristiana liderada por los apóstoles donde su testimonio es el signo por excelencia de la Resurrección de Jesús. Cuando uno se encuentra con un cristiano de verdad, puede vivir la misma experiencia que vivieron quienes compartieron su vida con Jesús: gozo, alegría, vida… Aunque también oposición, porque el anuncio del Evangelio y su compromiso en la vida, generó oposición en sectores de la sociedad, la de Jesús y la nuestra. Y a pesar de ello, esas primeras comunidades daban testimonio de la acción de Jesús resucitado con sus vidas. ¿Qué caracterizaba a esas comunidades “resucitadas”? Su manera novedosa de vivir y amarse entre ellos, y si alguien se les acercaba, aprovechaban para dar testimonio de la resurrección del Señor, como nos lo presenta el libro del Apocalipsis: el Señor es el principio y el fin, el alfa y la omega. Así, la muerte y la resurrección de Jesús son el testimonio más creíble de que el mal y la muerte no tienen la última palabra, sino Él y su Vida resucitada.

El Evangelio de Juan dice que el primer día de la semana, estaban los discípulos con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Pero una nueva experiencia con Jesús los llenó de paz, alegría, esperanza, perdón y ganas de seguir luchando por su vida. Jesús les ofrece la paz seguida de un envío: “Así como el Padre me envió, os envío yo a vosotros”. Les tocaba hacer a sus discípulos, y ahora a nosotros, como nuevos apóstoles del Señor enviados a dar testimonio de la Resurrección.

Pero no nos va a dejar solos, nos enviará su Espíritu, no sólo para que nos refresque la memoria, sino para que contemos con su fuerza y podamos dar testimonio ante los demás, de manera que crean en Jesús y tengan vida en su nombre. Sabemos que la fe no se impone, es un regalo. Se transmite, se testimonia, aunque para Tomás, como tantas veces para nosotros mismos, el testimonio de sus condiscípulos no era suficiente para aceptar que el Dios-Hombre estuviera vivo, había resucitado. Tengo que tocar, ver, tengo que…. Los discípulos respetan tu proceso de fe, no te obligan a creer que Jesús haya resucitado, pero ellos lo siguen demostrando con su vida y si cada uno de nosotros estamos abiertos a una experiencia nueva, llegará el momento en que nos encontremos con Jesús resucitado, como le pasó a Tomás. Y el Señor nos dirá: tienes ¿qué…? Aquí tienes mis manos, pies, Vida, por ti y para ti. Esa experiencia a Tomás le hará expresar su alegría, su fe y su pertenencia a Jesús con estas palabras: ¡Señor mío y Dios mío! Las que nos hacen falta a nosotros para recorrer esta cincuentena pascual.

Gonzalo Martín Fernández, sacerdote

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