sábado, 4 de septiembre de 2010

La libertad de los hijos de Dios

Domingo XXIII T. Ordinario. Ciclo C
Sab 9, 13-18; Sal 90; Flm 9-10.12-17; Lc 14, 25-33

Todos los hombres y pueblos hacen esfuerzos titánicos por conseguir pasar de la esclavitud a la libertad. Todo el mundo defiende hoy, como derecho supremo y bien absoluto del hombre, la libertad, raíz de su personalidad y de la dignidad de la persona humana.

La Buena Nueva predicada por Cristo puede muy bien resumirse en aquellas palabras de san Pablo: “Hermanos, habéis sido llamados a la libertad" (Gal 5,13), que no son más que el eco de las primeras palabras de Jesús en la sinagoga de Nazaret “Me envió a predicar a los cautivos la liberación, a poner en libertad a los oprimidos” (Lc 4,18).

Para el cristiano, la libertad no es sólo una meta y un ideal que hay que conseguir. Para el cristiano la libertad es algo vivo, concreto, personal; es una persona y esta persona es Cristo, quien enviándonos su Espíritu nos hizo en plenitud hijos adoptivos y nos dio la posibilidad de llamar "Padre" a Dios. La verdadera raíz de nuestra libertad es la muerte victoriosa de Jesús: “Para que fuéramos libres nos liberó Cristo” (Gal 5,1). “La Verdad os hará libres” (Jn 8,32). La emancipación que nos trae Cristo está sobre todas las categorías sociológicas humanas, es una libertad mucho más radical. Es libertad del pecado, de la muerte y de la ley. Cristo nos arranca de la tiranía del pecado (Col 1, 13). Nos hace pasar de la muerte a la vida (Jn 5,24). La raíz de nuestra salvación no será ya el cumplimiento de una ley exterior sino la “ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús” (Rom 8,2); es decir: la ley de la libertad, porque “donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad” (2Cor 3,17).

En la celebración de la Eucaristía es donde podemos ver claramente el sentido de nuestra libertad: Ella es el signo sensible de que hemos conseguido la libertad de hijos, pues somos admitidos a participar en el banquete de la familia. Y la Eucaristía es la que nos dará fuerza para someternos gozosamente a la ley de Cristo, sin ninguna clase de alienaciones, sino con plena conciencia de estar asimilándonos a Cristo, que fue libre, y, sin embargo, se sometió en todo a la voluntad del Padre. La Eucaristía nos hace cada día más hijos y más hermanos, y por tanto más libres ante Dios.

José A. Sánchez Herrera, sacerdote

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