sábado, 9 de enero de 2010

Por el bautismo nos acoges



Domingo Bautismo del Señor Navidad. Ciclo C

Is 42, 1-4.6-7; Sal 28, 1-4. 9-10; Hch 10, 34-38; Lc 3, 15-16.21-22

Hoy celebramos una nueva epifanía: la manifestación del Mesías en su bautismo. Jesús va a comenzar su vida pública, proclamando, con palabras y obras, la Buena Nueva. Por eso, hoy el Padre nos lo presenta, solemnemente.

En un clima de oración y de solidaridad, Jesús entra en el río Jordán, asumiendo toda la realidad humana y cargando con el pecado del mundo, para ser bautizado por Juan. El Espíritu penetra hasta lo más íntimo de su ser y cambia su vida. Se siente ungido y enviado. Y deja su familia para evangelizar a los pobres, curar a los enfermos, liberar a los cautivos, perdonar los pecados y predicar el Reino de Dios. Lo hará como Hijo y como siervo de la humanidad.

Pero este Hijo tiene un estilo propio de actuar: el miedo, que nos separa, se hará amor, que une los corazones. Elegirá servir a dominar, darse a recibir, ser a tener y aparentar, curar a herir, perdonar a castigar, ofrecer a imponer. Y que nadie se confunda. Oigamos al cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado, mi predilecto”. No es un soñador. Es el Hijo, la Palabra definitiva de Dios. Dirán de él que nadie habló con tanta autoridad. Ni las amenazas de los poderosos, ni los sofismas de los letrados lo alejarán del proyecto del Padre. Será libre, por ser pobre y, al ser libre, libertador.

Santo, como el Padre, fiel, misericordioso, “pasará por el mundo haciendo el bien”. Es nuestro hermano, sí, pero también nuestro Señor, la gran oportunidad para que nadie se pierda y todos se salven.

En el bautismo fuimos incorporados a Cristo, como los sarmientos a la vid, y ungidos con el crisma de la salvación para ser sacerdotes de un culto nuevo: la entrega gratuita a los demás; profetas de la esperanza, que anuncian el reino y denuncian cuanto lo impide; y reyes, señores de la libertad para amar y servir. Con el Espíritu recibido, podemos “sentir” al Padre: “tú eres mi hijo”. La Eucaristía es el culmen de la unción bautismal. Nos hace cuerpo de Cristo y nos compromete a vivir el amor de hijos y el servicio de hermanos.

Que venga a nosotros el reino ¡Sed felices! Oremos para ser libres y felices. Esto no es egoísmo fratricida sino fraterna autoestima: “Amarás a tu prójimo, como a ti mismo”. Que nos apasione, como a Jesús, el reino de Dios y su justicia, la vida abundante y feliz para todos (Jn 10,10). Si no eres feliz, amargarás la vida a tu barrio. Alguien, sin corazón ni entusiasmo para vivir, acabó con seis millones de semejantes. Dios te manda flores cada primavera y un luminoso amanecer, con la sinfonía de los pájaros, cada mañana. Quiere vivir en tu corazón. ¡Está loco por ti! ¿Y tú? Hasta siempre, amigos. Un abrazo.

Antonio Ariza, sacerdote

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