domingo, 11 de octubre de 2009

Llegar a fin de mes


Domingo XXVIII T. Ordinario. Ciclo B
Sb 7, 7-11; Sal 89, 12-17; Hb 4, 12-13; Mc 10, 17-30

El Evangelio de hoy viene oportunamente a nuestra mente y nuestro corazón, cuando corren vientos no muy favorables para la economía. La tan temida palabra “crisis económica”, se ha instalado en el lenguaje familiar.

Pero, sin embargo, los medios de comunicación nos siguen mostrando continuamente las grandes desigualdades sociales: la paradoja de la pobreza y la injusticia latente en más de la mitad de la tierra.

Parece ser que sigue vigente una ley no escrita: para que unos puedan tener de todo otros deben carecer de lo esencial. Eso sí, se dice con bellas palabras, con el enigma de las estadísticas y las cifras misteriosas. Lo mismo que, hace siglos, estaban los “señores de la guerra”, hoy podemos hablar de unos auténticos “señores del dinero”, que dirigen la humanidad de forma contundente.

Pero habría que hacer una pregunta radical: ¿Es tuyo tu dinero? ¿Con qué derecho podemos seguir acaparando lo que no necesitamos, si con ello estamos privando a otros de lo que necesitan para vivir ? San Ambrosio, nos deja esta reflexión: "No le das al pobre de lo tuyo, sino que le devuelves lo suyo. Pues lo que es común es de todos, no sólo de los ricos... Pagas, pues, una deuda”.

No nos ha de extrañar que Jesús al encontrarse con un hombre rico, que ha cumplido desde niño todos los mandamientos, le diga que todavía le falta una cosa para salvarse: “deja lo que tienes, dalo a los pobres y vente conmigo”. Dice el evangelio que se alejó de Jesús lleno de tristeza. A este “joven rico” el dinero lo ha empobrecido, le ha quitado libertad y generosidad.

En momentos de crisis podemos poner todo el empeño en “llegar a fin de mes” y esto nos puede hacer egoístas. También en tiempos de carencia es tiempo de compartir con el que menos tiene. No se trata de llegar a fin de mes, hay que “llegar al fin de la vida”: esto es, a salvarnos. Y Jesús nos advierte sobre el obstáculo del dinero, una trampa seductora que nos aleja de Dios.

Alfonso Crespo, sacerdote

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