domingo, 15 de noviembre de 2009

Mis palabras no pasarán

Domingo XXXIII T. Ordinario. Ciclo B
Dn 12, 1-3; Sal 15, 5. 8-11; Hb 10, 11-14.18; Mc 13, 24-32

El Evangelio de hoy, ya al final del Año Litúrgico, nos adentra en la idea del final de los tiempos. El final del mundo es una cuestión siempre abierta e inquietante para todos: creyentes y no creyentes. Cuando algún agorero anuncia “el final del mundo”, todos desconfiamos con una sonrisa autosuficiente, aunque nos quedamos al acecho, “por si acaso”.

¿Qué ocurrirá después de la muerte? ¿Tiene este mundo final? El evangelio utiliza un lenguaje apocalíptico de tinieblas, tribulaciones y estrellas que caen. Es sólo un lenguaje que no describe la posible realidad, pero sí transmite una enseñanza clara: “El cielo y la tierra pasarán, pero sólo Dios sabe el día y la hora”. Sabemos que hay un final de la vida y del mundo, pero si nos quedamos sólo mirando el final del mundo o de los tiempos, podemos caer en una tristeza agónica, casi de desilusión y desesperación: ¿Vale la pena tanto esfuerzo humano, tanta caridad cristiana para que luego al final todo se diluya, como un terrón de azúcar, en el olvido y el caos?

Hay muchos que, respondiendo con un fatalismo sin fe, malviven la vida esperando simplemente la muerte que llegará. Incluso, cuando se sucumbe a la desesperanza, hay quien niega la vida adelantando voluntariamente la muerte.

La actitud correcta es otra: ¡Vigilar, estar atentos, manteniendo viva la esperanza! El mensaje de Jesús nos concede la esperanza como compañera de viaje. Todo tiene un final, todo pasa, pero hay algo que permanece: las promesas de Dios. Hay algo más allá del caos o la destrucción, algo eterno que acepta los cambios pero que impide el olvido. Es la promesa de Dios: “Mis palabras no pasarán”.

Y las palabras de Dios no son voces anónimas, sino diálogos amorosos entre el Creador y su criatura, entre Dios Padre y sus hijos. Diálogo que llega a su cumbre en Cristo Jesús, Palabra de Dios hecha carne. Y éstas son las palabras de Dios: Padre, Hijo, hijos, amor, fe, esperanza, caridad, expresadas en un anhelo: “os lo aseguro: estaréis conmigo en el paraíso”. La muerte es una cita que concierta el Señor, no depende de nuestra agenda. Pero la promesa de Dios es más fuerte que la destrucción: “El que cree en mí, aunque muera vivirá. Mi palabra es palabra de vida eterna”.

Alfonso Crespo, sacerdote

1 comentario:

Patricia García-Rojo dijo...

Hoy prefiero esta homilía a la del párroco del pueblo donde viven mis padres... hoy fui valiente y volví a esta iglesia, después de ocho meses sin cruzarme con la gente del pueblo, me vino muy bien rezar: "protégeme Dios mío"

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