sábado, 5 de diciembre de 2009

Preparad el camino


Domingo II Adviento. Ciclo C
Ba 5, 1-9; Sal 125, 1-6; Flp 1, 4-6.8-11; Lc 3, 1-6

Aun cuando los tres primeros versículos del evangelio –datos históricos– parezcan anecdóticos, son fundamentales. Lucas nos quiere decir que Jesús no es un personaje mítico, sino real, histórico.

Jesús es el nuevo Adán (Lucas remonta hasta él su genealogía), el Hombre Nuevo que nos trae la salvación.

Hacia los años 28/29 de nuestra era, apareció en la escena de Palestina un profeta de Dios, llamado Juan, que recorría la comarca del Jordán “predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados”. Juan viene a preparar el camino al Señor y a denunciar la hipocresía. Él, con María y con los profetas del AT, son los personajes más característicos del Adviento.

Todo parecía estar en orden. Desde su refugio en la isla de Capri, el emperador Tiberio gobierna las naciones, sin que sus legiones tengan que intervenir; Herodes va haciendo su pequeño reino; Pilato rige con dureza la región de Judea; en Jerusalén se vive con una relativa paz: Caifás, sumo sacerdote, se entiende bien con Pilato, en un difícil equilibrio de intereses.

Pero, mientras todo marcha bien, ¿quién se acuerda de las familias que pierden sus tierras en Galilea?, ¿quién piensa en los indigentes, que no tienen sitio en el imperio?, ¿adónde pueden acudir los pobres, si desde el templo nadie los defiende? Allí no reina Dios sino Tiberio, Herodes, Pilato, Caifás.

Ante esta situación, Dios tiene algo que decir. Su palabra no se escucha en la villa imperial. Nadie la oye en el palacio de Herodes, ni en la mansión del gobernador, ni en el recinto sagrado del templo.

“La Palabra de Dios vino sobre Juan, en el desierto”. Esta llamada a cambiar, a abrir caminos nuevos, sólo se puede escuchar allí donde se vive de lo esencial, en la libertad de la verdad, sin las cadenas del tener, del poder, de las apariencias.

Y este es nuestro gran drama. Instalados en la sociedad del bien estar, refugiados en una religión que pasa de la vida (Lc 19, 30-37), vamos olvidando lo esencial. Nuestro modo de pensar y de vivir está bloqueando el camino al Señor. Hay que cambiar: rebajar nuestra autosuficiencia y elevar la dignidad de las personas, como buenos samaritanos, como Jesús.

Pablo pide para los filipenses: “que crezca su amor y la sensibilidad para captar los valores”. La Eucaristía, mesa compartida, anticipa esa realidad transformada de la nueva humanidad. Este domingo nos prepara para la fiesta de la Inmaculada, que nos introduce en el misterio del Adviento. María acepta el misterio de Dios, sin entenderlo, acogiéndolo en su corazón creyente y en sus entrañas solidarias. ¡Ella nos lleva a Jesús! Que venga a nosotros el reino. ¡Sed felices!

Antonio Ariza, sacerdote

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